No siento las piernaaaas 

No siento las piernaaaas 

¡El kit digital y al monte!

Queridos compatriotas, agárrense fuerte a sus sillas (o mejor a sus mochilas, que ya toca salir pitando), porque nuestro gobierno, liderado por el incombustible Pedro Sánchez —el hombre con más vidas que un gato en un tejado—, ha decidido que estamos listos para sobrevivir a una guerra… pero solo de 72 horas, como si el fin del mundo viniera con temporizador de microondas. Sí, señoras y señores, mientras la Unión Europea nos mira con cara de burócrata que ha perdido el boli, nos han preparado un “kit de supervivencia” que parece más un picnic para un puente de mayo que un plan serio para el apocalipsis. La orden es clara: en cuanto suene la alarma —ya sea por un apagón, un ataque de drones o un ataque ruso—, todos al monte como si fuéramos Rambo, pero sin músculos ni presupuesto. ¡A desempolvar esas botas de montaña que compramos en un arranque de optimismo post-pandémico y a correr!

La premisa es tan genial que da risa: “Échate al monte, ciudadano, que tú puedes”. ¿En serio? ¿Han visto nuestros montes? Entre incendios, sequías y a la vez inundaciones y los excursionistas domingueros que dejan más basura que provisiones, ¿lo único que encontraremos ahí arriba es un plástico de bolsa enganchado en un arbusto y un cartel medio borrado que dice “Prohibido acampar”? Pero no hay problema, porque el gobierno confía en que nuestro espíritu aventurero  saldrá a flote con un kit que incluye maravillas como seis litros de agua (¿para hacernos un café mientras pasan los tanques?), unas latas de sardinas que probablemente caducan en 2030, una linterna con pilas que se gastan al segundo día, un silbato para espantar osos (o vecinos cotillas), un botiquín con tiritas para las “heridas de guerra” (¿qué guerra, una pelea de bar?) y una radio de onda larga para sintonizar flamenco mientras todo se va al garete. Ah, y no olvidemos el folleto motivacional: “Confiamos en ti”. Claro, confían tanto que ni cerillas han incluido. ¡A chasquear los dedos para hacer fuego, como si fuéramos magos!

Imagina la escena: abres tu kit oficial con ilusión, esperando al menos un cuchillo suizo decente, y te topas con… una manta térmica que parece envoltorio de chocolatina y un manual que asume que sabes cazar conejos con las manos desnudas. Porque sí, el español medio, curtido en ver los documentales de La 2 mientras devora Doritos, está listo para construir cabañas con palos y silbar fuerte si se pierde entre los pinos. Sánchez, con esa sonrisa de “yo controlo esto”, nos vende este invento como si fuera el salvador de España ante una invasión express. ¿Qué invasión? ¿Una guerra de fin de semana largo? Porque según esta genialidad, las guerras modernas duran lo que una paella con la suegra: tres días y a casa. Hasta Miguel Gila lo diría mejor: “Oiga, ¿es el enemigo? Mire, que estoy con mi kit, ¿pueden terminar antes del lunes? Es que se me acaba el agua y no me he duchado”.

Lo más gracioso es el contenido. Seis litros de agua dicen. ¿Para qué? ¿Para hidratarte mientras le tiras el atún al enemigo a ver si se rinde? El botiquín, con tiritas y paracetamol, parece pensado para un corte de luz, no para un conflicto armado. “Tranquilos, si os disparan, una tirita y como nuevos”. Y la “guerra de 72 horas”, ¿de dónde han sacado eso? ¿De un guion de Hollywood? Putin pensó que Ucrania sería un paseo de tres días y mira cómo está. Nosotros, mientras, con nuestro kit de boy scout, esperando que el enemigo sea puntual. “Oiga, que ya son las 72 horas, ¿pueden irse? Que la linterna se me ha apagado”. El ministro Albares, con su calma de monje zen, dice que no hay que alarmarse, que es una “anécdota”. Claro, como olvidarte el paraguas y que llueva. Pero luego está Orbán, el húngaro, oliendo algo raro: “¿Qué sabe Sánchez que nosotros no?”. ¿Que viene una guerra de tres días o que quiere vendernos linternas en pack?

Y así, en esta España dividida como siempre, emergen las dos almas de la patria ante el kit de Sánchez: por un lado, los de la guasa eterna, apoltronados en el bar con una cerveza en la mano, brindando entre risas y diciendo “¡Que vengan los tanques, que con un culín y un ‘No siento las piernas’ lo arreglamos todo!”; por otro, los previsores histéricos, esos que salieron corriendo a Decathlon a comprar la mochila táctica de 50 euros, llenándola de latas de atún y linternas como si el monte fuera un camping de lujo y no un matorral lleno de pinchos y prohibiciones. Entre los que se lo toman a cachondeo y los que ya sueñan con ser el próximo Mac Giver, el enemigo, si viene, se morirá de risa antes de disparar.

Aquí en España, donde lo más cerca que hemos estado de prepararnos para una crisis es apilar cervezas para el fútbol, esto es un chiste. No tenemos bunkers como los suecos, tenemos siestas y bares. Una señora en la tele lo clavó: “Si nos van a matar, ¿para qué quiero comida?”. ¡Esa es la actitud! ¿Para qué abrir una lata si el misil llega antes? Somos un país que sobrevive a todo con humor y un poco de jamón, no con manuales de autosuficiencia forzada. Así que, gracias, Pedro, pero si viene una guerra, prefiero improvisar con lo que haya en la nevera. Total, para 72 horas, con un par de cervezas y una siesta, ya está. Que empiece el espectáculo, que entre silbatos y tiritas, al menos nos reiremos mientras el mundo se desmorona. ¡A practicar nudos con las calcetas y a rezar para que el enemigo no nos pille discutiendo si la tortilla lleva cebolla!

Cristina Pérez González

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